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"Gabriel", gritaba. Su piel y carne ardían antes de sucumbir a la baja presión y la anemia. El joven, que estaba viendo televisión en la sala principal de la casa de su abuela, ignoraba los gritos, pero ante el ruido estrepitoso de la caída, fue a ver lo que sucedía.
En el patio yacía el cuerpo enfermizo de su prima. Nunca le había hecho mucho caso, y mucho menos, demostrar algún sentimiento más que desprecio.
Las lámparas de querosén que adornaban el pasillo iban a ser prendidas. La primera explosión solar se llevó consigo todo aparato eléctrico.
Intentaba alumbrar su camino con el teléfono celular pero este se quemó también gracias a la intensidad de la explosión. Algo que él creía bastante irracional, ya que se creía bastante informado acerca de ese tema.
Prendió su encendedor y lo primero que vio fue el calendario que había en la cocina, el año y el mes en el que estaban, enero del 2012. Al lado, la manija de la puerta. Sobre el mostrador había una vela que prendió dificultosamente, que le iluminó el siguiente trayecto.
Abrió violentamente la puerta del patio y el calor lo abrazó, las nubes naranjas daban el tono apocalíptico al tema, pero podía ver las estrellas que parecía que se avecinaban cercanas, o por lo menos, más que antes.
Se abalanzó hacia su desmayada prima, la levantó y la llevó hacia el interior de la casa. La fiebre lo invadió y la prisa con la que la levantó, hizo ella que abriera los ojos y le quitara la gorra al joven. Gabriel la llevaba al baño dificultosamente, pero con éxito, ya que ella intentaba caminar. Pero no duró lo suficiente consciente.
Ningún reloj lo diría, pero ya eran las doce y se volvió a desmayar. Desenroscó la canilla del agua fría y le quitó el solero a su prima. No lo hubiera hecho sino tuviera su traje de baño debajo, él se quitó su remera y arrastró a su compañera a la ducha, para bajar la fiebre. El agua, gracias a Dios, estaba fría. Era lo único frío que sentía en días, sentados los dos sobre el piso de la ducha. Pasó sus dedos sobre la cara de ella, aún caliente, viva.
La abrazó, su vergüenza se desvanecía igual que la fiebre en la muchacha, despertó, y le murmuró al oido que mirara el tragaluz.
Era de día, él estaba tan somnoliento que no sabía si dormirse allí o volver a su rutina de timidez. Hubo tiempo apenas para cerrar la llave del agua, pero se durmieron en sus brazos.
Continuará.