Maldito ha sido el primer cuento, maldito ha sido el mismísimo día en el que me enamoré, aunque todos digan que hay que amar y perder... ¡Una costeleta!
Todavía no me despego todavía de esta maldita espina que me he clavado, y puesto que de estúpida lo he hecho, me he acostumbrado, y mi corazón se durmió en el turbio río de sangre que espera salir de su rutina.
¿Cuándo habrá una creciente que me ahogue? ¿Cuándo tendré el coraje para sacarme el maldito cuchillo que me he clavado en uno de esos abrazos apasionados? No, no puedo decir adiós. ¿Por qué? ¿Por qué es tan enfermizo? Aún lloro todas las noches, conviviendo con las frases que me devolvieron la soledad cuando ya no la quería.
Estoy hasta la plastilina de mirarme los pies y acordarme de momentos que ya no son míos, puesto que he olvidado los detalles. Es insoportable. Duele más que la depilación y la menstruación. (Con perdón de la indiscreción, un hombre lo debe saber.)
Y si lo piensa siendo más simple; ¿Para qué miércoles sirven éstas malditas preguntas? No solucionan lo suficiente. O sea, este es un monólogo de los más basura que pueden haber, pero: ¿Qué más les puede ofrecer una persona que se siente así?
La delicadeza y todo ésto no me sienta bien, la verdad que no. No amo lo suficiente a los cuchillos como una Julieta, los aborrezco tanto como a mí misma. Le tengo miedo a los tranquilizantes y también cuando me pincho con una aguja de coser.
Ya no me sirve de nada lo que me dijo alguien, no me sirve si me estoy odiando, si me odio no puedo amar, si me odio cometo locuras, si cometo locuras empiezo a recordar todo con todos los lujos de detalles.
Espero todavía que el sueño haga milagros en mí, está forzando a mis ojos a cerrarse sobre una fría mesa. Cuánto desearía que me odie y que por fin yo me rinda.
Es estúpido éste monólogo, pero necesitaba liberarlo. Prefiero ésto a pagar un psicólogo y que entienda menos de lo que yo lo entiendo.