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Sujetaba fuertemente el arco, su hombro dormido sujetaba la viola en su lugar. Su barbilla irritada es el ejemplo de horas de tocar. Lo ignoraba. Seguía tocando un solfeo que le habían hecho escribir mientras el calor le hacía brotar ligeras gotas de sudor de su frente, que caían y se detenían en su mano derecha y otras que resbalaban y manchaban el parqué oscuro de su habitación, mientras la luz del foco se apagaba. Su cabello negro mojado se enrulaba sutilmente y lamiéndose sus no tan carnosos labios, paró.
Corrió la cortina y miro por la ventana, los rayos penetrantes en las nubes de ceniza, a la medianoche. Lo creyó imposible, desarmó su postura de violista y su arco cayó de su mano. Una ligera idea de muerte se le pasó por la cabeza, mientras tomaba su cabeza con los dedos. Intentó ignorar aquél pensamiento y pensó que todo estaría bien para la mañana siguiente. Prendió el ventilador, volvió a reparar en la imagen del cielo, naranja.
Se cortó la luz, el foco y el ventilador se quemaron. Había creído que ese fue el colmo. Cuando la ansiedad se apoderaba de él, como ahora, sacaba el paquete con su mechero dentro, en el lugar que había dejado los cigarrillos que ya había consumido. Sentado sobre la cama, prendió el encendedor y observó aquel vendaje en su mano. Descaradamente nervioso y distraído, quemó la punta del filtro del cigarro. Lo arruinó. Tomó otro de la caja, esta vez lo prendió correctamente. Dio dos pitadas y se miró al espejo que tenía en frente. Uno de esos espejos colgados en la pared, carente de marcos, en el que se podía ver únicamente su rostro. Al fumar, iluminaba su rostro con su sutil luz naranja. Hacía mucho tiempo que no lo hacía, ya no se veía parecido al que era cuando era el adolescente que fumaba, era un adulto. Un hombre que extrañaba las rutinas de un adolescente.
Mañana era el día del ensayo general, pero supuso que iba a ser un día en el que se iba a cancelar todo. Tenía su traje preparado, colgado en uno de los picaportes del placard. Se había preguntado por qué mandó a planchar su saco, no era su fiesta de graduación. Se acostó sobre sus sábanas y apoyó suavemente su cabeza en la pared del respaldo, mientras terminaba el cigarro. Intentaba deshacer los pensamientos que ocupaban su mente, quería sentir sueño.
Apareció en su cabeza, la imagen de ella, tan presente en la oscuridad. Siempre en negro, y gris. Sus sonrisas, antiguas, que no iba a ver nunca más. Sus uñas negras, imaginó, iluminadas por la luz del querosén; rasgando las paredes, el suelo, los escalones.
Sintió que la había matado, recordó sus reproches, lejanos. Sus pucheros, sus golpes en la cabeza. Y las palmadas que su tía le daba cuando ella se pegaba en la frente. La recordó en rojo, fucsia y negro, en grises, retrocediendo como un video en una reproductora, marcha atrás. Pero desapareció.
Desapareció de su vida. No sabría cómo explicarlo. Sus amigos no se enteraron hasta días después, ellos habían sido mandados a sus casas porque la policía los rescató antes, al salir del centro comercial. Ese día hubo cinco muertos, todos ellos, guardias.
--- Y ella, desaparecida. Ella, desaparecida -- se repetía murmurando, con una ligera desesperación, hasta que se durmió.
Volvió a su mente la imagen de cuando golpearon su cabeza roja. Su cabello tan rojo se volvía más oscuro por la sangre que brotaba de su frente. Anteriormente, sus uñas, rasgando la escalera. Hacía instantes, habían estado corriendo. Agitados, en la oscuridad de un día que no debería haberlo sido. Él gritando que la soltaran, e intentando golpearle al secuestrador con la lámpara. El atacante con un palo, rompiendo su linterna, apagando su luz con la ventaja de la sorpresa.
Gritaba ella antes de que él cayese, no supo cómo defenderla, en un intento de agarrarla, le empujaron hacia las escaleras. Se patinó 10 escalones, y golpeó su cabeza contra la pared de las escaleras, a pocos metros de la planta baja. Rancio recuerdo. El olor a droga, a cigarro y a orín le nubló la mente y lo dejó desvanecido. Estuvo ahí más de ocho horas, desmayado, dentro del cubículo que resguardaba la salida de emergencia de los autos en el estacionamiento. Los policías en su inspección, apenas subieron un tramo de la escalera, se toparon con su cuerpo, todo magullado, y su mano quemada.
Despertó en el traqueteo de la Traffic que funcionaba como ambulancia, muy dolorido. Unos minutos después, quiso levantarse al recordar lo que había pasado. Amarrado con cintos sobre la camilla, se dio cuenta de la situación. El cuello ortopédico le impedía revisar bien toda la ambulancia para buscarla. Las lágrimas y la sangre caían de su cara, constantes como gotas de agua saliendo de un grifo roto.
Cerró los ojos lentamente, y envuelto en la oscuridad, volviendo a ver la tímida luz del sol como en degradé, despertó en su cama.